Una hermosa carta

EL MAESTRO AL DISCÍPULO

Monterrey, 30 de mayo de 1905

Sr. Profesor José G. García

Presente.

Mi muy estimado discípulo:

Con tu librito "Páginas del Corazón" has dado a este tu viejo maestro una satisfacción inmensa, pues cree que por esta producción tuya tiene el derecho de levantar muy alta su frente, abatida ya por las fatigas del trabajo y por el paso de los años.

Y ¿cómo no sentirme lleno noble orgullo? Ya fue quien te habló el primero acerca de la virtud, la verdad, la justicia, la Patria. Y tu espíritu anhelante de saber, y tu corazón abierto siempre a las imprecisiones de lo grande de lo noble y de lo bueno, recibieron de mí las primeras semillas de la ciencia y de la honradez.

Las primeras semillas nada son en verdad, si las recibe una tierra infecunda; pero cuando el labrador tiene la dicha de ver en ella las doradas espigas, cuajadas de granos, los racimos de sazonados frutos, venciendo los ramos que los sostienen, entonces su satisfacción no reconoce límites. Y esto, aunque sepa que él casi no hizo otra cosa que abrir el surco, y depositar en su seno la simiente, pues que la tierra misma, favorecida por agentes naturales lo hizo todo.

Tu espíritu al favor de tu clara inteligencia, fecundada por el suave calor de tu exquisita sensibilidad, ha producido esas "Páginas", mejor dicho, esos sazonados frutos.

Tiene, pues, el derecho de sentir por ello una gran satisfacción, y tu maestro cree que consentirás, complacido, en que a él le alcance la de haber sido el labrador que sembró las primeras semillas en esa alma, y en ese corazón, que vertieron sus inapreciables frutos en las páginas de ese libro.

Este, mi querido discípulo, no es de los que pueden ser escritos por autores vulgares, no; porque en sus obras el volumen material supera siempre y en mucho al volumen de las ideas; no hay cosa a que más se parezcan aquellas que a la infecunda higuera que maldijo Jesucristo.

Tu libro, en su pequeñez material, encierra un gran fondo moral, un gran tesoro de máximas y de consejos, en que no entran para nada las sutilezas y las obstrusiones de la metafísica

En él no se ve más que el conocimiento del corazón humano estudiado a la luz de la razón, la experiencia y la observación.

En él se refleja un espíritu que siempre piensa y siente, bajo las santas inspiraciones de la verdad y la justicia; que ama y respeta en cada uno de sus semejantes la dignidad de la naturaleza humana; que desea con vehemencia para todos la mayor felicidad que al hombre le es dado alcanzar en este valle tan lleno de miserias, señalándoles los únicos caminos que pueden conducir a ella, y los estorbos que les pueden cerrar el paso.

CONTINUARÁ…


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